Mi lugar seguro y sagrado

Mi lugar seguro y sagrado soy yo. Ahora lo sé. Y por fin lo entiendo. Comprendo el "para qué" he necesitado buscar durante toda mi vida lugares sagrados; no tanto por la estética de la sacralidad sinó más bien por una necesidad -hasta hace poco inconsciente para mí- de buscar seguridad. 
La seguridad que creía no tener; la falta de confianza en mi, en que mis capacidades eran suficientes, y que podía generar recursos y prosperar.

Simplemente, porque no lo aprendí de pequeña: en mi medioambiente familiar y social no hubieron modelos para eso. Así que, como una exploradora genuina en cuánto pude poner un pie fuera de mi mundo conocido me puse a buscar nuevos referentes.

La experiencia de hacerlo, de buscar espacios nuevos para mí y para descubrirme en ellos me desveló en su momento todo un mundo nuevo; universos de posibilidades que me han ayudado a crecer. Y esto ha sido así ...no lo sé bien, desde jovencita supongo, ya ni lo recuerdo. Todavía hoy funciona ese patrón en mi. Moverme para descubrir. Salir a conocer y conocerme. 
La curiosidad innata de una niña, que todavía hoy me define y me acompaña en cada nueva transformación.

Lo que me impulsaba entonces a que siguiera buscando, se convirtió en mi motor. "Mi zanahoria". Y con el tiempo dejó de ser importante el objetivo de llegar a algún lugar.

Lo que todavia me da satisfacción hoy es el inicio de la búsqueda, conectar con el deseo de ir, de avanzar y la consecuente planificación.
Organizarme y el reto de ponerme en marcha es lo que me entusiasma.

A los 30 me encontré en el camino de la búsqueda a través de la meditación. Me inicié en una y otra práctica. Conocí un par de técnicas o tres...y me mantuve en la disciplina de cada una un tiempo, hasta que encontré la que me resultó más afín. O fácil. O cómoda...si es se puede decir que meditar es cómodo. No siempre lo fué para mí. Pero si encontré un "algo" que me hacia sentir bien. Ayudaba a calmar mi ansiedad y una mente-mono muy activa. Aunque la práctica de la meditación no fué una meta, más bien fué un ejercicio a voluntad para moldear mi personalidad.
En aquella etapa de mi vida, la práctica de calmar la mente, y atender mi sentir configuró una nueva estructura en mi, instalé nuevas creencias, y algo de mí personalidad temerosa se fué transformando, pero no vacié primero... Y he estado cargando demasiado: lo viejo y lo nuevo a la vez.

Más adelante, casi llegando a los 40 dejé la práctica, no sentía la devoción que amigos y compañeros demostraban y en un acto de honestidad hacia mi misma y también hacia el entorno decidí cambiar el rumbo. 
No dejé de practicar, pero si dejé de hacerlo como rutina diaria; no fue planificado, simplemente adopté una aptitud más presente en los acontecimientos cotidianos aplicando lo que había aprendido de la técnica de la meditación en el día a día, sin disciplina, ni ritual, ni obligación. 
Entendí que mi objetivo y la búsqueda no era elevarme ni irme a ninguna parte, sinó quedarme. Aprendí a estar un poco más presente, menos desconectada.

Igual que lo percibí hace veinte años ahora me doy cuenta de una nueva transformación. Una nueva visión de mi misma configura mi autoconcepto de hoy, actualizando las versiones anteriores y me ayuda a liberarme de aquello que ya no me nutre, para construir el lugar en mí dónde me apetece estar. De una forma más consciente y elegida.

Desde que decidí hace unos meses que mi lugar seguro y sagrado soy yo, todo mi mundo interno ha cambiado, y por consecuencia los mundos de ahí fuera también. Ahora, algunos lugares ya no me parecen tan peligrosos, ni tan horribles. Más bien se han convertido en un terreno interesante para explorarme en ellos y seguir creciendo. Configurando una concepción de mi misma más precisa. 
Una especie de Cosmovisión más amplia, con un horizonte a la vista que no alcanzo a ver; lugares dónde cabe la posibilidad de vivir nuevas y más aventuras. 
Lugares que me atraen lo suficiente como para ensanchar mis zonas de confort. 
Hoy, después de explorar territorios -esta vez internos- con la misma curiosidad y presencia que buscaba en mi juventud vuelvo a casa, a mi cuerpo. Un cuerpo que recoge, y guarda memorias de todo lo vivido, incluso se hace cargo del olvido. Y eso parece ser que era lo que más me estaba doliendo. O mejor dicho, lo que no me dejaba avanzar.

Mi cuerpo al que no siempre he sabido escuchar ni mirar con la ternura y compasión que merece, hoy reclama mi atención.
Ahora que vivo de lleno la plenitud y complejidad a la vez de la etapa del climaterio, después de dos años y medio de vivir los cambios físicos, emocionales y mentales que esta etapa vital me trae me doy cuenta de que en ningún otro lugar del mundo voy a estar mejor y más segura. Aún y el paso del tiempo, las limitaciones del sobrepeso, y algunos síntomas que últimamente vienen persistiendo.
Mis miedos del pasado que en realidad no están aquí en mi vida cotidiana se hacen presentes en cada célula de mi ser con las resonancias que reconozco familiares en qualquier escenario de mi vida, o cuando alguna escena me conecta a un recuerdo. Y entonces, mi cuerpo se duele otra vez.
La novedad no es solo que hoy reconozca y vea ese dolor - siempre he tenido buena visión aunque no siempre la he interpretado bien-. 
Lo más importante es que hoy tras ver y escuchar los símptomas -y los miedos ocultos tras estos-, los abrazo con mas capacidad, con mejor contención.
Estoy segura, de que algunos de estos simptomas que me crean cierto malestar ni siquiera me pertenecen. Son una especie de herencia recibida sin mi permiso previo (o no conscientemente), por ser comportamientos aprendidos en la infancia. 
O quizás fueron lealtades inconscientes que me convenían en alguna etapa por pura supervivencia. 
En una película hace un tiempo escuché una frase que captó mi atención:
- "(...) la infancia es aquello a lo que le dedicas tiempo y atención el resto de tu vida para arreglarlo".
Pues en eso ando justo en mi ya declarada etapa premenopáusica. Y para andar este sendero resulta que no necesito ni mochila, ni brújula, ni mapa, ni plan de ruta...ni disciplinas, ni métodos, ni orientaciones filosóficas.

Mis inquietudes, anelos, curiosidades y deseos de infancia y juventud quedan atrás y mi cuerpo coge más espacio -literalmente!- para vivir los acontecimientos desde un lugar realmente sagrado: yo con todo.

El devenir dirá que nuevos territorios puedo escoger para explorar ahora, pero tengo claro que limitaciones quiero traspasar y que límites están bien y son necesarios para mí.

Elijo con cuidado las creencias que me construyen, y suelto con amor y agradecimiento las que no lo hacen, sin más. 
Entro en la etapa de la vida donde el dejar atrás es más importante que el conquistar o tener. Dónde el soltar es medicina y el caminar se hace más fácil si el equipaje es ligero.

Mi cuerpo quiere descanso, calma, lugares de apego seguro y lentitud. Los que no tuvo al inicio de su historia en esta vida. Los que yo hoy si sé identificar y elegir desde la mujer que soy.
A veces me percibo como una tortuga muy lenta, conocedora de que cada dibujo en su caparazón contiene la línia perfecta de un diseño que habla de una historia, la mía.

Y respetar mi ritmo, el actual, el que acepta mi cuerpo por placer y no solo para la supervivencia, con o sin miedos tiene mucho que ver con ese haberme dado cuenta de que mi lugar seguro y sagrado soy yo.
Ya no necesito salir fuera, ni ir lejos. No necesito irme a ninguna parte y eso, en esta etapa de la vida en la que probablemente haya vivido más días de los que me quedan por vivir me trae la convicción de que después de todo, todo ha estado bien.

Hoy me doy cuenta con cierta nostalgia -lo reconozco- que hay lugares para los que es necesario cierto ímpetu juvenil dónde ya no volveré a estar, y de alguna manera eso es un gran descanso para mí. 
 
Es liberador, si.

Si tuviese que definir desde un lugar muy anímico lo que escribo se me ocurre decir que me estoy acercando al lugar dónde mi alma siempre ha anelado estar, de vuelta al hogar. A mí.

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