Cuidar de la niña que fuí
(...) A menudo nos forzamos a dejar atrás aquello que nos sostuvo durante etapas previas porque la parte adulta en nosotras ya se sabe segura y capaz. Ya ha aprendido a nombrar lo tóxico y ahora tiene prisa por soltarlo, por deshacerse de aquello que la llevó allí.
Forzamos a nuestras partes infantiles y heridas a cambiar de golpe para estar en sintonía con la que ya ha crecido.
Y sin darnos cuenta nos volvemos a dejar solas. Nos abandonamos.
Esa niña pequeña vuelve a sentirse insuficiente, inadecuada, carente e incompleta.
Llevo semanas, -mejor dicho casi dos meses para ser exactos- intentando descifrar por qué esta frase del libro me llega tanto. Y es obvio. Lo sé.
Es un mensaje tan claro y sencillo que me ha resonado profundo y de forma fàcil. Pero impactante!
¿Cómo no supe verlo antes? Es tan evidente hoy.
De repente saberme responsable del abandono de mi niña interior por la mujer que soy me ha removido hasta la médula. Y lo escribo literalmente "me ha calado en los huesos". Llevo dos meses sintiendo a nivel muscular y óseo un cansancio que parece eterno. Dos meses es el tiempo que he necesitado para digerir toda la emoción removida en el proceso actual al liberar la memòria de lo que fué en la infancia.
Mi mente insaciable busca respuestas, palabras, un resumen intelectual de lo que me està pasando. Una narrativa que me explique qué tiene que ver lo que me pasa hoy con lo que me pasó entonces. Un cuento para contarme antes de ir a dormir y que ya no me va a servir para tener felices sueños.
Mi instinto creativo y creador parece estar preparado para salir a buscar recursos, compañeros para el viaje, métodos y un guion para cocrear algo que "nos sirva" a las mujeres para entender que cuidarnos es el camino. Pareciera que es el momento.
Pero una voz cada vez más clara y confiada desde mi corazón me dice amorosamente:
- Para. Párate. Mírame, estoy aquí esperando que me des lo que nadie me dió entonces; por falta de fe, de capacidad, de consciencia y otras circunstancias.
Escúchame - me dice-.
Quiero jugar. Quiero divertirme, y dejar de pensar. Quiero meter las manos en el barro y sentir que puedo ensuciarme y ensuciarlo todo con mis manos torpes y menudas. Quiero poder inventar nuevas historias aunque sean fantasías. Aunque no sea posible. Aunque sea improbable o no viable. Aunque no sirva para nada, ni para nadie. Quiero cerrar los ojos y sentir el viento alrededor, la presencia fría del invierno que me dice dónde estoy aquí y ahora, en este calendario atemporal y cíclico que son las estaciones.
Y no me queda otra que parar. Hacerle caso y ponerme a descansar de mi misma.
Decido para ella y para mí que, a la mierda el mundo y lo que pase ahí fuera! (me prometo que solo será por un tiempo, mi mente no soporta la idea de que fuera indefinido, así que me doy la mano y me hago el trato).
Me doy permiso para entregarme a esto que estoy viviendo sin un plan organizado; dejo que aparezca espontáneamente un espacio en la agenda sin tiempo. Un espacio que me permite respirar profundo y sentir el aire que respiro dentro de mí hasta las entrañas. Me dejo sentir.
Y siento que así me conecto a este lugar frio del ciclo, un lugar de diferentes grises que nos regala el final del invierno, la estación que estos días se manifiesta fuera y que yo miro relajada por la ventana.
El aire fresco me calma. Calma mi instinto que otras veces ha arrasado con todo cuando andaba corriendo desbocado e impaciente, y que me dejaba agotada; instinto que me llevaba impulsivamente a lugares que no siempre me acabaron gustando. Seguramente aprendí a moverme así desde muy temprana a edad, y ese fué el mecanismo inconsciente que me llevó a sobrevivir. Una especie de impulso tal como una chispa que iniciaba la huida hacia cualquier lugar mejor, sin rumbo definido. Ahora esa chispa es más bien un cálido hogar en mi. Un fueguito que me apetece avivar y mantener encendido. Un espacio de calma y hoguera dónde hoy voy quemando las ramas viejas y secas que ya no sirven para contener la savia llena de vida que fluye en el interior de la planta enraizada en tierra firme.
Veo flores de almendro fuera. Y la mujer que soy ve en ellas una imagen simbólica de un mundo nuevo; me quedo con la niña abrazadas en mi centro, y nos envuelve una agradable sensación de paz. No hay culpas, no hay nada que perdonar, la inconsciencia no es un pecado ni una carga, ya no. Es un camino más, un lugar desde donde puedo rescatar mucho material precioso para seguir escribiendo esta historia que al fin y al cabo, si aún respiro parece ser que no está acabada. De hecho ni siquiera ha sido aún contada porque la pluma con la que escribo no empezado todavía a dibujarla.
Comentarios
Publicar un comentario