Nadando entre delfines

El otro día nadé entre delfines.
Simbólicamente...pero os aseguro que es cierto!
Mi intención original era la de compartir con mi compañero de vida y padre de mis hijos una tarde sin los peques, disfrutando de una excursión a la playa.

Algo que siempre nos ha unido a Ricardo y a mí, es el amor por el mar; cerca de él hemos vivido momentos de gran belleza:  tiempo de vacaciones, encuentros con amigos, celebraciones... y en ocasiones él practica actividades como la pesca o el submarinismo mientras yo me quedo cerca intentando el buceo con gafas y tubo por la la superficie del mar, aunque reconozco que hasta ahora, la parte más técnica de esta práctica, mi miedo a tragar agua y la angustia que me provocaba la sensación de respirar por un tubo no me dejaba disfrutar del momento.

Nos inspira tanto el mar y la costa marítima que veces, fantaseamos después de un poco más de una década juntos con la idea de vivir o tener un lugar para veranear y el descanso regular en algún carismático rincón de la Costa brava.
No se ha dado aún la circunstancia que lo propicie, y quizás solo sea porque no hemos definido bien el deseo.
El caso es que en verano siempre encontramos tiempo para un buen chapuzón y una salida al mar. Y ahora que llega su cumpleaños,  coincidiendo con un momento de cambios en nuestros roles conocidos, y experimentando desde nuestra individualidad dentro de la pareja una de esas transformaciones vitales que nos han llevado a sumergirnos a cada uno de nosotros en la profundidad oscura y misteriosa de nuestro propio mar interno, se me ocurrió que sería un buen regalo compartir esa tarde juntos, buceando y descubriendo quizás alguna sorpresa desde el fondo del mar.

Y así fué, y no solamente desde la profundidad marina, creo que fué algo relacionado con un proceso mucho más íntimo y especial.

Al menos en mi experiencia así lo fué:  una reconexión con el mundo natural mucho más íntima y espiritual de lo que, aparentemente pueda ofrecer una rutinaria salida al mar...para mí fué un "re"descubrir con gusto la magnífica fusión de los elementos en un momento perfecto de armónica sincronía entre el calor del sol, el sostén de la tierra bajo nuestros pies, la dulce brisa del atardecer y la voluptuosidad del agua que se hizo presente dentro y alrededor nuestro.

La propuesta no podía haber sido mejor, una "Ruta Brava".
Una creación original de una mujer a la que admiro por su persona y trabajo, y sobretodo por su labor impecable para poner consciencia y respeto hacia la naturaleza que nos rodea,  la Xènia Ros http://taosilvestre.com/.


Xènia, como conductora y guía, voz de la naturaleza manifestada en el mar, nos invitó a entrar en el agua con una actitud de presencia, de entrega y atención dirigida a poner plena consciencia en el acto.
Una de esas situaciones que convierten un mero hecho ordinario en extraordinario, en un proceso de sublime rebelación y magia.

A partir de ese momento, todo fue fácil.
Mi miedo a ahogarme tragando agua por el tubo se me olvidó absorbida por la magnífica imagen de vida sincronizada y armónica dentro del agua.
El fondo que se me ocurría misterioso y extraño me rebeló su belleza llena de vida:
Bancos de diferentes especies de peces por todas partes...ví unas plantas enraizadas en el suelo marino bailando una danza animada por el movimiento incesante del agua, más tarde supe que se llama posidonia. Pepinos de mar, alguna caracola, erizos, algas incrustadas en las rocas...y una sorpresa impresionante en medio de la isla que era nuestra primera parada de destino en el viaje: una cueva que nos permitió traspasar por el centro un trozo andando y otro buceando, cosa que casi representó un tránsito simbólico por aquello que cada uno de nosotros pudiésemos temer, una oportunidad de crecimiento consciente, de reto y superación personal, algo parecido a un nacimiento, un viaje...si, quizás me atrevo a decir un viaje iniciático por qué no. No es la primera vez que vivo esa  agradable sensación de pasar página. De cerrar un ciclo para empezar otro. La transición misteriosa y naturalmente evolutiva que representa un nuevo comienzo, un cambio de etapa.

Al llegar a la orilla, con el objetivo conseguido y saboreando aún la gratificación por el exito conseguido, compartimos desde el circulo la experiencia.
Y fué entonces, y no antes cuando tomé plena conciencia de la transcendencia de lo vivido: me abrumó una emoción càlida y agradable y se hizo presente la gratitud y silencio que habitaban en mi. Una sensación indescriptible...

Para acabar la experiencia hicimos un ejercicio sencillo y profundo a la vez, de nuevo dentro del mar. Con un pareo y sosteniendo de dos en dos a un tercer compañero o compañera. Y de nuevo me abrumó la emoción, esta vez de alegría. Una genuina alegría que me llevó a imaginar que yo era un delfín, me giré hacia el grupo, y era cierto!! Éramos un grupo de delfines en el eterno presente, jugando en el mar.

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