Intensidad

Me levanto con calma esta primera mañana del año nuevo.
Hemos desayunado tarde, después de trasnochar con amigos y celebrar con alegría el paso al año nuevo.

He jugado con los niños un rato mientras por el cristal veía un cielo casi nublado pero sereno.
Sereno igual que la tisana que he preparado con deleite: María luisa, tila, lavanda y manzanilla.
Una mezcla combinada con sabiduria por una vieja conocida de mi infancia.
Exquisita. Un aroma fino pero intenso que me embriaga; por su sutileza me llega aun con más intensidad, y hace que me apetezca degustar esta deliciosa bebida caliente.
El color dorado me alegra la vista y completa toda la ceremonia previa a saborear por fin este regalo que me hago para este primer día de enero.

La niña descansa tranquila, se ha quedado plácidamente dormida en mis brazos mientras yo miraba con placer como las hierbas teñían el agua.
El niño se entretiene con una de sus increíbles construcciones de piezas que cada vez son más complejas y que le ocupan horas mientras usa su imaginación - que no es poca!-.
Así que ahora, es mi momento: y aunque había decido meditar un rato, tras beberme la infusión, necesito primero vaciar mi mente de tanto estimulo, por que el simple ritual de preparar una tisana ha despertado en mi mil y una sensaciones.

A veces, vivimos la vida de prisa -pienso-, sin placer, sin saborearla. Sumergidos en las obligaciones cotidianas, en la agenda a menudo repleta de citas y programas por cumplir. Objetivos a menudo difíciles de conseguir y que nos llevan inevitablemente al estrés, y por supuesto al fracaso.
Y digo fracaso, por que aunque sentimos - almenos yo lo siento-, cierta gratificación tras cumplir nuestras metas diarias, realmente no es una satisfacción profunda y verdadera.
Y la necesidad aumenta. Las obligaciones siguen creciendo. Es estrés se hace cotidiano y entendemos que es normal que llevemos el corazón siempre en la boca, que tengamos listas interminables de tareas por cumplir, y que entendamos por éxito el conseguir "hacer" sin parar todo el tiempo un montón de cosas.

Disfrutando del proceso previo a tomar una deliciosa infusión llamada por sus elaboradoras "Tisana de la Serenidad", me doy cuenta de la diferencia que hay cuando hago  las cosas con consciencia y atención, o por el contrario como pierde sentido la acción con la falta de ella.
La verdadera serenidad para mi alma llega tras una decisión; se me ocurre que es más bien una actitud personal la que puedo trabajar y mejorar, y que con ella puedo convertir cualquier momento mediocre e insulso en un verdadero placer para los sentidos.
No se me ocurre mejor ritual que sostener una taza humeante en la mano, y dejar que los pensamientos fluyan sin darles demasiada importancia. De hecho, es casi como meditar:
Dejar que pase el tiempo mientras se asienta en lo mas profundo de mi ser la consciencia del momento presente:

Es tiempo de empezar el mes, de iniciar un nuevo año.
Tiempo tradicionalmente de tomar decisiones, de planear objetivos, proyectos e idealizar conceptos.
Este inicio de año, me inunda la intensidad.
La intensidad de un aroma, de un sabor, de un sentir, de saber, de ser... finalmente decido eso, que, lo que me ocupa hoy es "ser", y ya tomare decisiones en otro momento.

Ahora me apetece saborear y llenarme los sentidos disfrutando de la paz del hogar y por que no decirlo, de mi misma con intensidad:
Con la precisión que me rebela este fugaz momento en mi cotidianidad doméstica y cargada de la responsabilidad de criar, educar, alimentar, abrazar, obsequiar, limpiar, escuchar... y un sin fin de cosas mas, que como cualquier madre en cualquier rincón del mundo hace.   Pero, por un breve e intenso momento, ni siquiera eso existe. Y solo soy yo, con una taza de infusión cálida y aromática que asienta en mi cuerpo las bendiciones de una plantas aromáticas y saludables que me llenan de energía viva, para retomar con mas ganas mi primer día del año.




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