Fin de verano

Siempre me fascinó esta época del año. 
Estos días de fin de verano, cuando el aire en el atardecer empieza a ser mas fresco, cuando a menudo llueve. Días que ven las últimas salidas al mar o a la piscina frustradas por miedo al chaparrón. Aun así, me gusta el olor a tierra mojada que queda tras la nube y la tormenta.
Días que nos devuelven el espacio en la playa ahuyentando a turistas e intrusos, e invitando al paseo por la orilla sin quitarnos el vestido.
Me gusta esa sensación nostálgica por que se acaban las vacaciones y el tiempo libre, mientras se empieza a intuir la inquietud por la llegada de la nueva estación del año.
Y es justo en ese momento de transición estacional donde conecto de nuevo con mi niña interior, entre recuerdos dejados ya lejos en el tiempo, y enigmas aun presentes por resolver. Para estos momentos, me gusta visualizar en mi mente a la niña que fuí, tomarla de la mano y recordarle que ahora estoy yo ahí, a su lado, tomándole la mano para acompañarla en el trance.


Recuerdo de mi infancia como me gustaban esos días antes de empezar las clases. Cuando preparaba los cuadernos, los folios, lápices de colores, el plumier, la bolsa... dulce sensación de inocente placer por organizar el reencuentro con maestras y amigos de colegio.

Algo parecido he sentido años después al volver de vacaciones, al reorganizar el armario sacando del fondo la ropa de la nueva temporada, y también en las etapas que he iniciado una formación o cuando he creado un proyecto y lo he visto nacer después de tanto esfuerzo. Pero ciertamente y quizás por haberlo vivido en edades diferentes de mi vida,  han sido diferentes la intensidad y el divertimento. Nunca igual a aquel cosquilleo en el estómago que sentía por ver mi colección de nuevas libretas en blanco aún por estrenar, aun por llenar de palabras nuevas y dibujos por crear.

Y es que los principios siempre me han ilusionado.
Siempre que empiezo algo, me siento viva, llena de ilusión. Mi mente ocupada en pensar que todo esté a punto imagina como va a ser la continuidad de ese inicio. Mi corazón lo ocupa todo poniendo mi cariño y mi empeño en la acción. Las ideas fluyen, la imágenes llegan como en la pantalla de un televisor: ocupando todo mi quehacer. Y el impulso por comenzar llena mi cuerpo con una energía nueva, fresca y llena de fuerza.

Pero...como todo en el recuerdo está un poco idealizado, me temo que esta idílica visión de mi misma preparando mi nuevo equipo escolar también lo esté. Así como los sucesivos acontecimientos de iniciación en cualquier acontecimiento que he vivido.
Junto a la ilusión y el cosquilleo también recuerdo la ansiedad, la impaciencia y el miedo.      Una mezcla de emociones que he tardado muchos años en reconocer y nombrar, - más o menos unos cuarenta-. Seguramente, como la mayoría de niños de mi generación no aprendí a nombrar mis emociones al tiempo que aprendía a leer o escribir, y mucho menos a sentirlas. Bueno, sentirlas debe ser innato -creo-, lo que he descubierto con el tiempo es a identificarlas cuando las siento.
Reconocerlas primero en la intimidad de mi silencio, para mas tarde poder nombrarlas con el poder de la palabra si tengo la suerte de tener a quién compartirle mi desazón.

Este fin de verano, junto a un acontecimiento personal ante el que me he exigido más de lo necesario, he vuelto a recordar esa especie de mareo en la boca del estómago que siento en más o menos grado cada vez que vivo un cambio. Sean transcendentales o no, ante los cambios siempre he sentido miedo, un miedo que puedo describir como el vértigo que provoca una gran altura.
Es entonces cuando me paralizo y me recojo en mi misma en un intento de dejar de sentir mi cabeza que da vueltas, mi cuerpo fuera de mi, y esa desagradable desorientación desde lo más profundo.
En mi recordada etapa infantil y juventud, todo este entresijo de sensaciones físicas me llevaban inevitablemente a una migraña descomunal que solo desaparecía tras encerrarme a oscuras y en silencio escondida bajo las sábanas en ocasiones hasta veinticuatro horas.
Muchas veces he escuchado el argumento de que, con el paso del tiempo las migrañas pueden desaparecer, y también escuché otra versión que dice que tras los embarazos puede ocurrir tal suerte.
En mi caso, puedo asegurar que no ha sido suerte. Si no un complejo y largo camino escuchando -o mas bien intentándolo-, mi propia voz interior.

Escucharme a mi mi misma es sin duda alguna, lo que mas me ha costado aprender en esta vida.  Y todavía hoy, no lo consigo fácilmente, no sin poner el suficiente empeño.
Desenmascarar todos esos síntomas que me llevaban al dormitorio vomitando de dolor, y ese visceral y también legítimo miedo que provoca a veces lo conocido, y en otras ocasiones lo que está por conocer, ha sido para mí todo un proceso de evolución y crecimiento personal.

Poder decir hoy, que junto a este fin de verano, con la transición de una época a otra, con el cambio de ropa de armario y la llegada al inicio de curso sé que me siento desorientada y alterada, que he sentido miedo, ansiedad, frustración y enfado porque algunas cosas no salen como yo esperaba, para mí, es uno de los mayores éxitos.
Éxito que sin duda me permite disfrutar aun mas si cabe de las magníficas mañanas nubladas de este Septiembre en que estamos, y de los últimos paseos a la orilla mientras la puesta de sol se diluye entre nubes grises de tormenta, inspirando a mi alma soñadora y etérea a crear nuevos poemas con los que estrenar una vez más, una bonita libreta.


Para acompañar la toma de consciencia he trabajado con Olivo, Beech, Impatiens, Mímulo y Nogal de flores de Bach.
Olivo, para restaurar mi energía después del suceso que ha desencadenado mi malestar e inestabilidad. De repente me quedé agotada, y aunque quizás otra esencia hubiese restaurado igual mi fuerza, sentía que la inestabilidad era profunda y estaba conectada a otros anteriores procesos similares, la suma de ellos me hace sentir agotada y debilita mi mente y mi cuerpo.
Beech, por que he reconocido en el proceso mi falta de flexibilidad, y auto exigencia e intolerancia ante mi propio aprendizaje y evolución.
Impatiens, para equilibrar mi reconocida impaciencia, que una vez mas, me ha traicionado poniendo muchas expectativas en el presente proyectando en ello el deseo de un futuro determinado.
Mímulo, para los miedos que de nuevo emergen en mi persona y que puedo nombrar claramente.
y por último Nogal para augmentar la confianza y acompañarme en el cambio de actitud.


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